Fue autora de libros y canciones que acompañaron y acompañan a generaciones de niñeces. Lesbiana, referente feminista, una de las primeras defensoras reconocidas del derecho al aborto en Argentina y el derecho a no maternar.
Queer, no sólo por su historia, sino por el trabajo desde el lenguaje, que resultaba profundamente disruptivo al tiempo que exponía el sinsentido de las normas sociales: esta fue la tesis que trabajó Liliana Viola en un intercambio con Florencia Cremona durante el tercer encuentro de Las Extraordinarias: María Elena Walsh y nuestro mundo del revés. “Las canciones para chicos que sabemos todos están construidas, desde el punto de vista del lenguaje, por fuera de la norma, rompiendo la norma”, afirmó la primera a su interlocutora.
El ciclo organizado por el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires rescata autoras bonaerenses que han resultado extraordinarias, adelantadas a sus tiempos; propone una relectura colectiva y las relaciona con las biografías en sus puntos claros y oscuros: “Tenemos el enfoque en lecturas extraordinarias, no las leemos porque son mujeres, sino porque muchas veces, sea por su orientación sexual o su identidad de género, fueron marginalizadas o ghettificadas en el campo de la cultura”, indicó Florencia Cremona.
El género creado por María Elena Walsh generó una gramática de la infancia en Argentina. Sus letras acompañaban las meriendas. En donde se tomaba la leche, se cantaba “Canción de tomar el té”, para entrar a la salita rosa se marchaba al ritmo de “Osías el osito en mameluco”, y en todas las calesitas de las plazas se escuchaba a lo lejos “El reino del revés”. Sin embargo, algo que sostuvieron las interlocutoras es que a la autora no se la ha estudiado como se merece.
El sinsentido y el disparate
La relación con lo queer, un término rescatado por el activismo y la academia de su nacimiento como insulto hacia las personas LGTTBIQ+ se da en su capacidad de abarcar todo aquello por fuera de lo que se entiende como normal. En el caso de María Elena, el encuentro apuntó a trabajar en la ruptura que se produce desde el lenguaje, desde las melodías populares de Argentina, apuntando directamente a la niñez.
“Yo no sé por qué” es un remate que remite bastante al universo María Elena. La posibilidad de contar una historia y reconocer que verdaderamente no se comprende del todo la lógica trasfondo o que simplemente la lógica no existe, porque lo que existe es más bien el disparate. “Justamente uno de sus personajes era Doña Disparate. No encontramos traducción para queer, pero ella sí encontró traducción para nonsense: disparate, una palabra muy de época”, señaló Liliana.
El nonsense – sin sentido– es un género cuyo principal referente es Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las Maravillas, que representa una gran inspiración en la obra infantil de la autora, junto con los también disparatados limericks británicos. Según Liliana, este mundo “enfrenta con lo inútil e idiota que son los juicios en general porque construye un universo propio con sus propias reglas”.
En Alicia el único personaje racional es la niña, que se enfrenta a todo un contexto de nonsense. “Eso que propone Carroll, no simplemente es salirnos de la realidad, sino que podría haber una realidad paralela con ciertas reglas que se cumplen, por eso es completamente queer”, enfatizó Liliana.
Pero el desplazamiento no fue sólo desde lo lingüístico, sino que la autora no pretendía educar a las infancias en cómo eran las reglas para habitar el mundo adulto. No enseñaba a ir al baño, el gusto de las cosas, las capitales de los países, sino que desarmaba y disparataba escenarios como una mesa de té, el trabajo del jardinero o el color del jacarandá. Las niñas y los niños, antes de la autora, estaban acostumbrades a que se les señalara con el dedo de la corrección, en palabras de Viola “la normativa que la mayoría de las veces ha estado por encima de la literatura”.
Su trabajo era profundamente popular, apuntaba a las masas, les alcanzaba ritmos de estas tierras como chacareras y bagualas; también rock, twist, rancheras y vals. En estas composiciones “muestra en estructuras muy reconocibles el desvío y ahí se nota más. Es un gran desvío hacer géneros folclóricos infantiles, no era algo que se veía para los niños”, sostuvo Liliana y agregó que no se trataba de algo rígido, ya que introdujo algo que no existía hasta el momento.
Sus años como compositora fueron anteriores a la aparición de la palabra queer en la academia, también a hechos históricos para el movimiento gay-lésbico en Argentina y el mundo. Formó parte de una generación de la cosa ambigua, a pesar que todo el mundo sabía, por su pelo y actitudes, no era algo que se decía, no se sabe bien por qué, pero esto no impidió que sus obras y su accionar estuvieran cargados de un fuerte posicionamiento político.
En relación a su militancia y biografía, Liliana advierte que no se trata de que la autora viviera por fuera de la norma en todo sentido, “estoy segura de que lo intentó con sus canciones, por fuera de la norma lingüísticamente heteropatriarcal, ella luchó con eso y a conciencia, cambiando palabras, inventando palabras, dando vuelta las rimas, destruyendo el órden sintáctico muchas veces”.
De esta forma, María Elena Walsh y nuestro mundo del revés permite una invitación a entrar en ese mundo que rememora infancia, volver a escuchar las canciones para preguntarse y esbozar hipótesis de cómo y por qué logró una autora, a la que no le gustaban particularmente las niñeces, formar parte de la impronta de los corazones y sensaciones de cada niña, niñe, niño en Argentina.
Nota de Charo Zeballos en Revista Colibrí